Hace algún tiempo os hablamos ya de autoestima y hoy nos vamos a adentrar un poco más en este concepto.
Sobre la autoestima se ha escrito mucho y existen múltiples definiciones. Pero todas ellas están de acuerdo en que consiste en la valoración que hacemos de nosotros mismos; por lo que depende de nuestro juicio interno.
El concepto de autoestima se origina alrededor de los 5 años de edad y genera un marco de referencia sobre la identidad y el mundo. Aquí juega un papel importante su construcción, ya que en función de ello, el mundo nos parecerá un lugar seguro o, por el contrario, peligroso, circunstancia que lleva a una interacción positiva o negativa. Asimismo, durante la infancia, las relaciones con la familia, maestros, amigos, así como los éxitos y los fracasos, dan como resultado la creación de un nivel propio de autoestima. Por este motivo, la calidad de las experiencias vividas durante este periodo juega un papel predominante.
Aunque queda clara la importancia de la autoestima para el desarrollo del ser humano, hasta finales del siglo XIX, no se empezó a manejar el término. El precursor del concepto fue William James, psicólogo norteamericano, que lo expresó de esta manera: «la autoestima es igual a la relación entre logro y aspiración». En el siglo XX, Carl Rogers, máximo exponente de la psicología humanista, expuso su teoría acerca de la aceptación y autoaceptación incondicionales como la mejor forma de mejorar la autoestima. Además, diversos Investigadores como Coopersmith (1967), Brinkman et al. (1989), López y Schnitzler (1983), Rosemberg y Collarte, coinciden en que la autoestima es relevante para la vida del ser humano y constituye un factor importante para el ajuste emocional y cognitivo de la persona.
Por otra parte, la autoestima es siempre una cuestión de grado y no es nunca absoluta. Normalmente, solemos movernos entre autoestima alta y baja, en función de la imagen positiva o negativa que tengamos de nosotros mismos. No obstante, acercarse más a un extremo que al otro conlleva una serie de consecuencias.
Elevar la autoestima produce sentimientos positivos y de confianza en uno mismo; nos empuja a abrirnos al mundo, a mostrarnos flexibles, generosos, tolerantes, seguros, amorosos, amables. Es muy importante no confundir la autoestima alta con el ego, pues la primera significa: “Yo me amo sin compararme con los demás”, mientras que el segundo viene a decir: “yo soy mejor que tú”.
En cambio, caer en una autoestima baja produce sentimientos de insatisfacción, actitudes negativas sobre las propias aptitudes y capacidades, y falta de confianza en sí mismo.
En definitiva, disponer de una autoestima sana permite un mayor disfrute de la vida y una mayor satisfacción personal.